viernes, 12 de abril de 2013

El síndrome de indefensión aprendida. Desesperanza y resignación.


“No es grande aquel que nunca falla, sino aquel que nunca se da por vencido”.
“Utiliza tu imaginación, no para asustarte, sino para inspirarte a lograr lo inimaginable”.
“La esperanza hace que agite el naufrago sus brazos en medio de las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado”.

Muchas veces en la vida, tenemos que ”DESAPRENDER” ciertos patrones de conducta que nos impiden avanzar y no nos dejan desarrollar nuestras competencias y habilidades.
La indefensión aprendida hace referencia a un estado psicológico en el que un sujeto se percibe incapaz de transformar o cambiar mediante sus acciones, la situación desagradable en la que se encuentra. Se comportan de forma pasiva.
¿Cuántas personas conocemos que pese a su situación dolorosa, no intentan hacer nada para modificarla?
No responde a pesar de que existen oportunidades para ayudarse a sí mismo, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas.
La teoría de indefensión aprendida se relaciona con depresión clínica y otras enfermedades mentales resultantes de la percepción de ausencia de control sobre el resultado de una situación. A aquellos organismos que han sido ineficaces o menos sensibles para determinar las consecuencias de su comportamiento se dicen que han adquirido indefensión aprendida.
El síndrome de indefensión aprendida, es fácil de reconocer en medio de las verbalizaciones de quienes la padecen.
Frases como:
“Dios lo ha querido así”
“El Universo o el destino así lo ha decidido”,
“Es así y punto” o
“Para qué esforzarme si no puedo hacer nada para cambiarlo” son comunes entre los que viven esta condición. Dentro de cada una de estas frases se evidencia un estado de pérdida total de la motivación, una renuncia a la esperanza de alcanzar los sueños y las metas planteadas y finalmente un abandono a toda posibilidad que implique una movilización para lograr que las cosas salgan bien, se resuelvan o se mejoren.
Desde el punto de vista de la psicología, la indefensión o desesperanza aprendida planteada por Martin Seligman es una forma de convicción, a la que se le atribuye el hecho de percibir que no es posible modificar la realidad y que, independientemente de las acciones que emprenda un sujeto para cambiarla, las cosas permanecerán tal y como están.
Esta percepción nace en el seno del individuo cuando, por un motivo u otro, se ve enfrentado a vivir una serie continua y aguda de fracasos ante una lucha. Dichos fracasos merman la fuerza de voluntad de cambio en el sujeto, agotando las energías emocionales y físicas necesarias para emprender nuevamente el camino de la superación que da el empuje para volver a intentarlo.
Es muy común ver este tipo de reacciones emocionales en aquellas personas que nacen en un entorno de maltrato familiar y terminan siendo víctimas de violencia doméstica ya en su vida adulta, donde además, son tan escasos los medios para salir de la pareja o situación y reiniciar una vida, que cada intento llevado para superar esta adversidad termina convirtiéndose en un fracaso o en una desilusión cada vez mayor.
De este modo la indefensión aprendida se instaura como un aprendizaje en el cual la persona entra a un estado de incapacidad percibida para resolver las situaciones que amenazan su estabilidad emocional y física, llegando a comprometer inclusive su vida.
Como consecuencia las personas con indefensión aprendida presentaran una disminución de su autoestima e inclusive de su deseo para vivir.
La intensidad de su malestar dependerá de que tanta certeza perciba sobre su expectativa de descontrol. Es decir, mientras más convencido se esté de que no puede tener las riendas o el control de una situación, más intensos serán los síntomas que se sufran.
Para finalizar destacar que el síndrome de indefensión aprendida es una condición evitable y su prevención nos invita a eliminar de nuestras vidas a toda costa una postura pasiva y sumisa ante la realidad.
De este modo, es evidente que por muy dolorosa que sean las situaciones que nos toquen vivir debemos recurrir siempre a reevaluar la situación en busca de ángulos positivos que nos enfoquen en la solución.

A continuación os dejo un cuento que va ayudar a la comprensión de lo expuesto:

“Un niño fue a un circo con su padre y se quedó fascinado por un enorme elefante, de fuerza descomunal. Al terminar la función, el chico vio como el domador ataba una de las patas del animal a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Le sorprendió constatar que la estaca era un minúsculo pedazo de madera.
-- “Papá ¿Cómo puede ser que el elefante no se escape? Le preguntó.
-- Y su padre le dijo: “Porque está amaestrado”
--  y si está amaestrado, insistió el chico. “¿Por qué lo encadenan?”.
-- El padre no supo que decirle.
-- Otro hombre que había escuchado la conversación, le reveló la respuesta.
“El elefante no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que nació.
Al principio trataría de soltarse, empujando con fuerza. Pero siendo un elefantito la estaca era demasiado resistente para él. Y así continuó hasta sentirse agotado, impotente, y finalmente, resignado. Ahora ya ni se lo plantea”.


2 comentarios:

  1. Muy buen artículo! Y un importante concepto a tener muy presente en los tiempos que corren.

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