jueves, 25 de abril de 2013

Miedo


El incómodo fruto de la ansiedad


Depende de la personalidad de cada uno el individuo es capaz de superar mejor o peor los miedos. Con todo, estos no desaparecen y debemos convivir con ellos

La sensación de miedo es innata en el ser humano.
En el fondo de todas las sensaciones de miedo existe una raíz común: el miedo a lo imprevisto, a lo desconocido, a no podernos adaptar a una situación nueva.
El miedo es una emoción. Tenga una causa racional o no, la sensación de miedo es, fundamentalmente, una respuesta incontrolada que se nutre de una ansiedad, focalizada o no. Puede sentirse miedo sin ser consciente de cual es la causa que lo produce, a la vez que existen miedos que tienen una causalidad bien definida.

Miedo al miedo    
La vivencia de un temor desmesurado es extremadamente agresora. Las sensaciones percibidas son tan extremadamente ingratas que resultan muy difíciles de olvidar, incluso se llegan a revivir aún en contra de la propia voluntad. Quien se instala en la sensación de sentir un temor desmesurado al propio temor vive atrapado por el mismo y, en la mayoría de los casos, llega a ser necesaria una asistencia terapéutica.

Existen personas más propensas a sentirlo. Son aquellas que tienen la necesidad de tener controlado su entorno o todo lo que depende de ellos, aquellas que son extremadamente auto-exigentes o hiperresponsables. Son rasgos de la personalidad que tienden a tener necesidad de seguridad, una seguridad radical, sin resquicios, valga la redundancia, una seguridad segura.
El miedo al miedo bloquea, lo que puede llegar a ocasionar importantes trastornos por el nivel de ansiedad que producen. La característica que permite valorarlos como trastorno se sitúa en la incapacidad para aceptar cualquier tipo de razonamiento externo o, en caso de hacerlo, comprenderlo y admitirlo. «Sé que tienes razón, que mis temores son infundados, que no puedo pretender asegurarme de todo lo que necesito asegurarme. Tienes razón, pero ello no me quita el temor, no puedo dejar de tener miedo a que suceda lo que, comprendo, no tiene por qué suceder». Como vemos aquí la sensación de miedo incontrolable está por encima de la razón.

El miedo a algo concreto
Una persona acaba de sufrir un accidente, siente su cuerpo magullado y dolores difusos en su cuerpo, teme por la integridad de su organismo, no sabe si es grave, ignora si se ha roto algún hueso. En casos así la persona mantiene el miedo hasta que llega al hospital, observa la cara de los médicos que le exploran tratando de adivinar si les ve preocupados, y solo se tranquilizará cuando le comuniquen el diagnostico. Vivimos ahora en una situación de crisis económica.
Proliferan los opinadores que efectúan sus diagnósticos, a menudo contradictorios, y eso crea un caldo de cultivo que alimenta los miedos. Porque el temor al futuro no consiguen eliminarlo, al contrario, sus contradicciones y a menudo su alejamiento de la realidad que observamos a nuestro alrededor incrementan nuestra sensación de miedo.

Miedos universales
La mayoría de personas, en mayor o menor intensidad, y explicitándolo más o menos tenemos miedos. La enfermedad y su consecuencia posible, la muerte, están en la raíz del instinto de conservación de todos los humanos. Se trata de un miedo protector, cuando no alcanza niveles obsesivos. Protegemos nuestra salud y tomamos medidas de prudencia gracias al mismo.

El miedo a la pobreza
La situación económica actual ha agudizado, con razón, este temor que existe aún en tiempos de bonanza. Se trata del miedo a perder lo que se tiene, que puede extenderse al temor a perder a seres queridos y hasta posesiones.
En el fondo de todas las sensaciones de miedo existe una raíz común: el miedo a lo imprevisto, a lo desconocido, a no podernos adaptar a una situación nueva. La capacidad para hacerlo, la educación que nos ayude en esos procesos de adaptación a las nuevas realidades, es la mejor manera de convivir con el miedo y de intentar superarlo.



JOAN CORBELLA | Barcelona

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